Las técnicas
minerometalúrgicas,
de destilación y de ensayo de metales, las más importantes
de carácter químico en la Europa de Renacimiento, se ilustran
con tres obras clásicas españolas de primer rango: las de
Alvaro Alonso Barba, Diego de Santiago y Juan de Arfe.
• El principal motor del
desarrollo técnico del beneficio de minerales en la España
del Renacimiento fue la explotación de los yacimientos americanos
de metales preciosos. La amplia serie de innovaciones que se inició
con el método de amalgamación de minas de plata de Bartolomé
de Medina (1555) culminó con el Arte de los metales (1640),
de Álvaro Alonso Barba, tratado que las expuso sistemáticamente,
aparte de incluir las inventadas por su autor. El grabado representa los
"instrumentos que ha de tener el fundidor", entre los que destacan varias
balanzas (A,B,C) y un juego de agujas (H) para realizar ensayos de
metales preciosos con piedras de toque.
Destilación
• El laboratorio de
destilación
más importante de la Europa renacentista fue el instalado en El
Escorial. Diego de Santiago fue el más destacado de los "destiladores
de Su Majestad" que trabajaron en él. Publicó una Arte
separatoria (1589), tratado en el que expuso sus aportaciones, entre
ellas, un "destilatorio de vapor" de su invención. Los dibujos que
figuran junto al libro representan dicho aparato y una de las grandes
"torres
de destilación" del laboratorio de El Escorial.
• La importancia económica
que la determinación de la ley de las monedas tuvo en la España
renacentista motivó que en sus cecas se instalaran los mejores medios
técnicos de la época para el análisis químico
cuantitativo. La principal figura en este campo fue Juan de Arfe
Villafañe,
"ensayador" de la ceca de Segovia y autor de un Quilatador
de plata, oro y piedras (1572), primer tratado sobre el tema
impreso
en Europa. Los grabados de la exposición representan su balanza
de laboratorio, temprano ejemplo de la línea que conduciría
a las modernas de precisión; al propio Arfe colocando una copela
en la boca superior del hornillo, con la balanza a sus espaldas; y una
redoma y otros recipientes para ensayar el oro con acido nítrico,
mediante la técnica llamada de "encuartación".
La alquimia de la
Antigüedad
helenística y del Islam medieval –y, a través de ésta,
la china– sirvieron de punto de partida a la que se desarrolló en
Europa desde la Baja Edad Media hasta finales del siglo XVII. Las fuentes
expuestas ilustran sus textos y patrones de comunicación, sus doctrinas
y sus aportaciones técnicas.
Textos y patrones de comunicación
• A diferencia de la ciencia académica, la subcultura científica en torno a la alquimia utilizó casi exclusivamente manuscritos no accesibles públicamente sino destinados a iniciados, utilizando por ello un lenguaje esotérico a base de complejas metáforas e imágenes que asocian las figuras técnicas con las alegóricas. Se expone la figura de un "horno y vasos de destilación", procedente de un manuscrito alquímico bajomedieval, y una página del titulado Splendor Solis (1582), en la que aparecen símbolos y alegorías de purificación y "renacimiento".
• Solamente en el siglo XVII se imprimieron de forma habitual textos alquímicos. La más célebre compilación fue el Theatrum Chemicum, impresa en Estrasburgo el año 1659. Sus cuatro volúmenes reúnen, por una parte, versiones latinas de los atribuidos a Hermes Trismegisto, divinidad grecoegipcia, fundador mítico de la ciencia y la técnica, y a Avicena (siglo XI) y otros autores árabes. Por otra, tratados bajomedievales falsamente atribuidos a grandes personalidades científicas de la época, como el alemán Alberto Magno, el mallorquín Ramón Lull y el valenciano Arnau de Vilanova, así como varias obras del catalán Joannes de Rupescissa (= Joan de Peratallada, siglo XIV), máxima figura de la alquimia de la Baja Edad Media.
Uno de los tratados
apócrifos
de Arnau de Vilanova aparece en el ejemplar expuesto censurado por la
Inquisición:
hay varias páginas cortadas y la mayor parte de otra está
oculta por un fragmento de otro libro pegado en ella.
Doctrinas
• Grabado de Hans Weiditz
(1532) que simboliza los cuatro elementos (agua, aire, tierra y fuego)
como componentes del hombre (microcosmos) y del universo
(macrocosmos).
• Los cuatros elementos según un esquema de Ramón Llull.
• Lámina alegórica del Musaeum hermeticum (1678). Los "siete metales" alquímicos (oro, plata, hierro, mercurio, cobre, plomo y estaño), aparecen representados en el interior de la tierra, en la que se engendran, pero en el cielo están asociados al Sol, la Luna, Marte, Mercurio, Venus, Saturno y Júpiter, respectivamente.
• Grabado simbólico del tratado alquímico de Heirich Khunrath (1609). A la derecha hay un laboratorio alquímico, cuyas columnas son "ratio" y "experientia", con sustancias como "sulphur", "mercurius" e "hyle" (o "substantia prima" de Aristóteles). A la derecha, el alquimista ora para que su alma sea purificada lo mismo que la materia. En el centro, una mesa con instrumentos musicales e instrumentos alquímicos alude a la gran armonía del universo.
Aportaciones técnicas
• Los alquimistas bajomedievales introdujeron en Europa y perfeccionaron numerosas técnicas. La obtención de alcohol etílico y el conocimiento de sus efectos como disolvente de las materias orgánicas permitió, por ejemplo, extraer de éstas su "quinta essencia", en la que se pensaba residían sus propiedades peculiares, y el hallazgo de los primeros ácidos minerales, entre ellos, el "aqua regia" (combinación de los ácidos nítrico y clorhídrico), permitió disolver las inorgánicas, incluído el oro. Instrumentos de laboratorio según las figuras de un manuscrito alquímico de la Baja Edad Media.
• Los procesos químicos básicos fueron desarrollados por los alquimistas. Aparatos para la calcinacción, sublimación, degradación, solución, destilación, coagulación, fijación e incineración representados en la Alchemia (1545), de Geber, nombre supuestamente árabe que corresponde en realidad a un autor de la Europa latina.
• Los alquimistas
tardíos de la segunda mitad del siglo XVII realizaron todavía
algunos hallazgos. El más notable fue el conseguido en 1669 por
Hennig Brandt quien, en el curso de sus experiencias con la orina, obtuvo
una sustancia blanca y cérea que resplandecía en la oscuridad,
convirtiéndose en el primer descubridor conocido de un elemento
químico: el fósforo. La exposición contiene un cuadro
de finales de la centuria siguiente que reconstruye el descubrimiento con
sensibilidad prerromántica.